jueves, 14 de julio de 2011

Murió Facundo Cabral pero ahí no termina la cosa, él era el hijo de Sara y eso es suficiente. La historia es una sola, la del caminante de Tandil. Afirmó que nunca perdió por la fuerza que solo el amor le había vencido. El mensajero de la buena voluntad que dejó un legado de paz y de esperanza, fuera de la barata disertación de cursos motivacionales postmodernistas. Claro que después de escucharlo el mundo parece mejor, las oficinas son más frías y la sábana de la compañía aún más caliente. Con Facundo Cabral cada día es renovación, oportunidad, el día preciso en que se toma la decisión de ser feliz, es decir de estar loco, benditamente loco como diría este amigo de Borges, de la madre Teresa de Calcuta y del Dalaí Lama.

¿Por qué no he escrito sobre la indignación que me causa su asesinato o sobre la cobardía de los perpetradores? Porque no merecen más que una línea de repudio.



David Monge Arce

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